miércoles, 20 de enero de 2010

He querido dejar de respirarte...




He querido olvidarte.


No sabes cuánto he querido olvidarte,


tomar tu recuerdo y meterlo en una botella,


arrojarlo en lo más ancho y profundo del mar


para vivir tranquilo lo que me resta de sueños.



He querido olvidarte.


No sabes cuánto he querido dejar de respirarte,


de verte en cada pared que me rodea,


de sentirte en la cáscara del alma,


de despertar sofocado a las tres de la mañana


buscando tus manos en la oscuridad de la nostalgia


y no encontrarlas...



He querido olvidarte.


No sabes cuánto he querido dejar tu rostro a la deriva


en el oleaje agonizante del tiempo


y soltar mis amarras


para dejarme llevar por las corrientes amarillas de la tristeza


hasta el fin de la noche.



He querido olvidarte.



Por Dios que he querido olvidarte,


abandonar tus ojos en el último instante de la noche


y no verlos más en mis sueños azules de la felicidad,


pero no puedo:


no he podido dejar de sufrirte en mi angustia,


ni dejar de tocar tu cuerpo tibio


en la hora más tenue del recuerdo,


ni dejar de mirarte con ese halo azul


que te hace ver dolorosamente bella,


ni dejar de llamarte por mi ventana al sur,


de gritar tu nombre que sofoca mis venas,


tu nombre que se deshila en lágrimas por mi rostro,


tu nombre que murmuro en las alas de la nostalgia,


en el soplo gris de la soledad,


en las horas de pan y trigo de los versos


que he escrito para decirte letra a letra,


palabra a palabra,


frase a frase:



«He querido olvidarte.


No sabes cuánto he querido olvidarte,


pero ha podido más tu recuerdo


que esta tristeza amarga


que me atenaza con tus ojos...»




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