jueves, 21 de enero de 2010

¿Dónde estás en esta noche anochecida...




¿Dónde estás en esta noche anochecida y desolada...?



Lo recuerdo como si fuera hoy mismo:


el aguacero despiadado en el techo nocturno del jueves,


el dolor dulce de la soledad,


tu ausencia amarilla en medio de los recuerdos más absurdos,


tus ojos grises perdidos en la noche anochecida de esta noche,


tu cuerpo desnudo bañado por el granizo caliente


recién rescatado del olvido,


tu olor a cieno y desesperanza ahí donde te puso el alcohol,


la timidez de tus manos subiendo como insectos


por mis piernas flacas,


por mis muslos fláccidos de tristeza,


por mi bajovientre abultado por la desidia,


por el desamor,


por la gula nostálgica de las tardes invernales


de esta polvorienta ciudad abatida por el silencio:


¿dónde estás en esta hora de rabia hormonal,


en esta erección fútil,


en este ir y venir por los callejones del insomnio...?



Sí, lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este instante:


la cinta blanca de tu cabello


prometiendo un paraíso indescubierto,


indisfrutado,


intocado:


tu cuerpo desvestido desde la cabeza hasta el alma,


desde los poros hasta el aroma más profundo de tus cavidades,


desde esa sensación de llanto incontrolable


hasta la aspereza indescifrable


de mis manos extraviadas en los rincones más tiernos de tu piel,


en la oscura melancolía del mechón hirsuto


de la entrepierna de los sueños,


en la desazón amarga de tus pechos desolados,


en la blancura tersa de tu espalda


que baja hasta el universo de la felicidad:


¿dónde estás en esta hora de explosiones azules de mis intestinos...?



Cómo no recordarlo:


te he convocado tantas veces en la gris aventura de mi vida


que ya me quedan pocas palabras


para encender la imagen de tu sonrisa


en el costado izquierdo de las paredes de mi memoria:


las escenas pasan como tren fugaz


saliendo de alguna parte perdida de la oscuridad:


el frío de las once de la mañana en una banca de iglesia solitaria,


la llovizna pertinaz en una carretera sin fin,


la bruma de la noche hurgando las oquedades de tu cuerpo,


la madrugada incierta


con las manos en tus pechos endurecidos por el sereno,


la borrachera desaforada un septiembre desbocado,


el cemento helado en pleno julio,


bajo el sudor del ríspido entrar y salir de los cuerpos sin palabras


ni futuro


ni esperanza:


¿dónde estás en esta hora de aullidos temblorosos de mis huesos...?



Cómo no recordarlo:


pasa tu rostro de mil colores,


de dosmil ojos,


de mil reclamos diferentes,


de cientos de corajes acumulados,


de quinientas desnudeces en la noche horizontal de la pasión,


de un solo rencor doloroso y amargo,


hediondo a pasiones podridas,


a camas sin hacer,


a ropa sin lavar,


a dientes amarillos y obscenos,


pero también pasa por esta memoria que se acaba


tu cuerpo oloroso a sexo bien hecho,


a brisa marina y salada como la textura del pubis del amor,


y se queda en esta noche la fragancia


de esa imagen que has sido tú desde siempre,


de esa mujer que extendió sus alas


para guarecerme de la lluvia de este jueves


que perfora las paredes de la nostalgia y gotea lenta,


triste,


animalmente desde mis ojos cansados de dibujar la soledad...




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