¿Dónde estás en esta noche anochecida y desolada...?
Lo recuerdo como si fuera hoy mismo:
el aguacero despiadado en el techo nocturno del jueves,
el dolor dulce de la soledad,
tu ausencia amarilla en medio de los recuerdos más absurdos,
tus ojos grises perdidos en la noche anochecida de esta noche,
tu cuerpo desnudo bañado por el granizo caliente
recién rescatado del olvido,
tu olor a cieno y desesperanza ahí donde te puso el alcohol,
la timidez de tus manos subiendo como insectos
por mis piernas flacas,
por mis muslos fláccidos de tristeza,
por mi bajovientre abultado por la desidia,
por el desamor,
por la gula nostálgica de las tardes invernales
de esta polvorienta ciudad abatida por el silencio:
¿dónde estás en esta hora de rabia hormonal,
en esta erección fútil,
en este ir y venir por los callejones del insomnio...?
Sí, lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este instante:
la cinta blanca de tu cabello
prometiendo un paraíso indescubierto,
indisfrutado,
intocado:
tu cuerpo desvestido desde la cabeza hasta el alma,
desde los poros hasta el aroma más profundo de tus cavidades,
desde esa sensación de llanto incontrolable
hasta la aspereza indescifrable
de mis manos extraviadas en los rincones más tiernos de tu piel,
en la oscura melancolía del mechón hirsuto
de la entrepierna de los sueños,
en la desazón amarga de tus pechos desolados,
en la blancura tersa de tu espalda
que baja hasta el universo de la felicidad:
¿dónde estás en esta hora de explosiones azules de mis intestinos...?
Cómo no recordarlo:
te he convocado tantas veces en la gris aventura de mi vida
que ya me quedan pocas palabras
para encender la imagen de tu sonrisa
en el costado izquierdo de las paredes de mi memoria:
las escenas pasan como tren fugaz
saliendo de alguna parte perdida de la oscuridad:
el frío de las once de la mañana en una banca de iglesia solitaria,
la llovizna pertinaz en una carretera sin fin,
la bruma de la noche hurgando las oquedades de tu cuerpo,
la madrugada incierta
con las manos en tus pechos endurecidos por el sereno,
la borrachera desaforada un septiembre desbocado,
el cemento helado en pleno julio,
bajo el sudor del ríspido entrar y salir de los cuerpos sin palabras
ni futuro
ni esperanza:
¿dónde estás en esta hora de aullidos temblorosos de mis huesos...?
Cómo no recordarlo:
pasa tu rostro de mil colores,
de dosmil ojos,
de mil reclamos diferentes,
de cientos de corajes acumulados,
de quinientas desnudeces en la noche horizontal de la pasión,
de un solo rencor doloroso y amargo,
hediondo a pasiones podridas,
a camas sin hacer,
a ropa sin lavar,
a dientes amarillos y obscenos,
pero también pasa por esta memoria que se acaba
tu cuerpo oloroso a sexo bien hecho,
a brisa marina y salada como la textura del pubis del amor,
y se queda en esta noche la fragancia
de esa imagen que has sido tú desde siempre,
de esa mujer que extendió sus alas
para guarecerme de la lluvia de este jueves
que perfora las paredes de la nostalgia y gotea lenta,
triste,
animalmente desde mis ojos cansados de dibujar la soledad...
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